viernes, 19 de septiembre de 2014

PROCESO DE PRÁCTICA SOCIAL GENOCIDA: EL CASO DE LOS MORISCOS

 2. PROCESO DE PRÁCTICA SOCIAL GENOCIDA: EL CASO DE LOS MORISCOS

El proceso se inicia necesariamente con la “definición del otro”. En el caso de los moriscos, la definición procede de 1502; antes de esta fecha los moriscos no existían como tales; había personas musulmanas, cristianas o judías, del Reino de Granada, del Reino de Aragón, o del Reino de Castilla. Los musulmanes que seguían siéndolo en los reinos “cristianos” se llamaban mudéjares. Según algunos autores, eran minorías: aproximadamente el 20% de la población del reino de Aragón y más de un 30% del reino de Valencia (Carrasco, 2007: 377), pero otros defienden que hasta el S. XIV también habían sido mayoría en estos reinos (Echevarría, 2006: 9); en el caso de Granada, nadie duda de que eran un abrumadora mayoría, por lo que se les llamó simplemente moros.

La definición de morisco como “musulmán convertidos a la fe del cristianismo” se hizo tras la publicación del Real Decreto de los Reyes Católicos (12 de febrero de 1502), en el que se daba a elegir a los musulmanes que quedaban en sus reinos entre el bautismo y la expulsión. Nace oficialmente para Granada y los reinos de la Corona de Castilla el status de morisco. Morisco, en su sentido más propio, es cristiano nuevo, converso de moro o nuevamente convertido, como aparece invariablemente en la documentación a partir de esa fecha. “Así de preciso es su significado, al contrario del uso que en sentido lato se hacía del término con anterioridad, cuando venia a significar alusivo a lo moro” (Barrios-Aguilera, 2006: 1).

2. 1. Construcción de la otredad negativa.

Según Feierstein (2007: 220), “la construcción de la otredad negativa señala el primer momento. Ese otro puede ser inferior, peligroso o amenazante, pero siempre será incompatible, y la fuerza estatal reinstalará así la legitimación de su exclusión. Se superará toda traba moral para la discriminación y deshumanización de un otro que no encuentra cabida en ese nuevo marco estatal que aspira a la exclusividad de una etnia, permitiendo que el hostigamiento, el saqueo, la tortura, las violaciones y los asesinatos se vuelvan explicables, cuando no legítimos.”

El proceso contra los moriscos empezó con fuerza en 1502, tras su definición, y continuó durante más de cien años. La comunidad morisca se transformó en un solo morisco, y para los partidarios de la expulsión todos fueron “uno tan sólo”, ese morisco único, el morisco que debían eliminar (Perceval, 1997c: 3). Se afirmó desde entonces el arquetipo de morisco o de “lo morisco”, necesario para unificar y cosificar a la comunidad, pudiendo así expulsarla. A pesar de que ya estaban convertidos, era necesario eliminarlos (Barrios-Aguilera, 2006: 2).

Todas las expresiones de la vida cotidiana (lengua, baños, comidas, celebraciones, vestidos, alheña, bailes…) fueron vigiladas y perseguidas por las autoridades y por las disposiciones desislamizadoras y asimiladoras, denunciadas por las gentes y castigadas por los inquisidores como cargo de permanencia en la ley islámica. Algunos ejemplos relacionados con la discriminación y los estereotipos negativos aparecen recogidos en la tesis de Perceval y en otra mucha documentación. Veamos algunos ejemplos de la definición de otredad negativa en los rasgos más básicos de la cultura, como son el vestido, la comida o las creencias:

2.1.1. Belleza y vestidos.

Se niega una manifestación cultural, el cabello, que es criminalizada, ridiculizada e impedida. Por ejemplo, Fray Antonio de Guevara en 1528 ordena rasurar a navaja el cabello de todas las mujeres de moriscos, naturales del marquesado del Zenete, y rasparse la alheña de las manos; al parecer, con el cabello se hacían tocados y trenzados según costumbre de África (Nuñez Muley, 2007:16, cit. en Perceval, 1997b: 2).

Además, se les prohíbe igualmente el vestido, los baños, y cualquier cosa que pudiera significar un exaltamiento positivo de la figura del morisco. El vestido más característico y más perseguido por las prohibiciones es la almalafa, pieza de calle, manto largo, a modo de gran sábana de color blanco, que cubría el cuerpo de la morisca de la cabeza a los pies; también eran perseguidos la casaca de paseo generalmente lujosa y de bellos colores y bordados, la aljuba, camisa holgada, los tocados en la cabeza, las alpargatas o toda clase de joyas (Barrios-Aguilera, 2006: 5). Todo fue considerado negativo; cualquier elemento característico así lo era, sin importar que los grandes mantos fueran de la mejor seda granadina, admirada en todo el Mediterráneo, de donde surgen posteriormente los famosos “mantones de Manila”; todo tenía que ser discriminado. Curiosamente la riqueza de sus joyas y vestidos era ridiculizada, quizás por el esplendor que realmente tenían, a lo que sólo recientemente se ha tenido acceso en algunos documentos (Martínez-Ruiz, 1988: 386).

2.1.2. Vino y comida.

Hagan lo que hagan serán culpables. “Si un morisco bebe, esto no será prueba de su integración sino de la infidelidad a sus principios, lo que muestra que será infiel a todos, un hipócrita en suma. Si no bebe, rechaza no sólo el cristianismo sino la civilización, la salud y la cultura que proporcionan tan preciado bien. ¿Es importante entonces que el morisco se haya tomado o no una copa de más?” (Perceval, 1997b: 3).

Los moriscos granadinos fueron consumidores de productos hortícolas (legumbres, verduras), de frutas de toda clase, de cereales diversos y de arroz. Se ha hecho tópica su afición a los zumos con que acompañaban las comidas -de naranja, de limón, de mora…-, a los dulces y confituras de toda especie – mazapanes, turrones, alfajores, pastas, pasteles, hojaldres, tortas, arrope…, con base en la miel, el azúcar, la almendra, especias muy diversas y toda suerte de cereales-, a frutas y hortalizas -membrillo, higos, calabacín, moras, saúco…-; a los frutos secos, a las pasas, a las aceitunas…; a las gachas; al queso (Barrios-Aguilera, 2006: 4). Esta dieta mediterránea y sana era vista como peligrosa a los ojos de los representantes del estado-nación, como nos narra Aznar Cardona en su justificación de la expulsión:

“Comían cosas viles (que hasta en esto han padecido en esta vida por juicio del cielo), como sonfresasde diversas harinas de legumbres, lentejas, panizo, habas, mijo y pan de lo mismo. Con este pan, los que podían juntaban pasas, higos, miel, arrope, leches y frutas a su tiempo como son melones, aunque fuesen verdes y no mayores que el puño, pepinos, duraznos y otras cualesquiera por muy mal sazonados que estuviesen, sólo fuese fruta, tras lo cual bebían los aires y no dejaban barda de huerto a vida” (Aznar Cardona, 1612: 35).

Guisaban con aceite, huyendo de grasas y mantecas propias de los usos castellanos, que los impregnaba de un olor vivamente rechazado por éstos (y viceversa), procurando marcar el contraste con la inevitable olla castellana. Y entre las bebidas, la leche. Seguramente consumieron bastante pescado, tal como hace sospechar la abundancia de “playeros”, es decir, de profesionales moriscos encargados del traslado de la costa al interior (Barrios-Aguilera, 2006: 4).

Otros documentos señalan nuevamente que los moriscos de la región de Valencia se alimentaban de pan, miel, uvas, pasas o higos, y los granadinos, de acemita – sopa compuesta de trigo tostado a medio moler – y de otra sopa hecha con mijo que se llamaba addara alarabia. Todos comían los productos de repostería que fabricaban con azúcar, miel y almendras; pero, sobre todo, su plato típico era el alcuzcuz. Quien lo tomaba, se sabía que era morisco, y por esta delación culinaria un tal Juan de Burgos fue llevado en 1583 a la Inquisición de Toledo (Domínguez-Ortíz y Vincent, 1979: 24-25).

La utilización de especias y hierbas aromáticas, como el cilantro, se asoció a peste, asco o hedor -a pesar de que se les culpaba de lavarse-, pero sólo revelaba una particular manera de cocinar, de adobar las carnes y verduras, algo que hacía distintivo al morisco por la cultura que representaba, por lo que también fueron castigados, reprimidos y discriminados.

2.1.3. Color de piel

El color por el que se les caracterizaba era el moreno, piel “que no es del todo negra, como la de moros”. Son expresiones de la época, y si Vincent Bernard y otros historiadores señalan que eran igual que todos los españoles, el estereotipo de negro y de moreno crece.

2.1.4. Habla

La lengua tiene la máxima importancia. Los moriscos granadinos hablaban el árabe vulgar o dialectal, que los cristianos viejos denominaban algarabía, por oposición a la aljamía, que era el castellano. El número de los que hablaban el castellano era desigual, pues estaba condicionado por el medio geográfico, el sexo, la profesión y la situación económica. Hablaban castellano más en la ciudad que en el medio rural -muy poco en las Alpujarras y otras zonas montañosas apartadas-, y los hombres más que las mujeres, y especialmente los de las clases pudientes, obligados al trato con los cristianos viejos por causa de los negocios o profesión.

El árabe fue una de las señas de identidad características, irreductible, tanto por convicción como por la dificultad de aprendizaje del castellano (Barrios-Aguilera, 2006: 5). Pero la algarabía se ve como una amenaza; ininteligible para el cristiano, éste la siente como un vehículo a través del cual se urden traiciones y conspiraciones. Las inocentes conversaciones de mercachifles, buhoneros y hortelanos, las zambras para celebrar cualquier acontecimiento, cualquier manifestación en esta extraña “jerga”, eran percibidas como peligrosas por el estado. La algarabía no era vista como una lengua con sus reglas aparte ni como una forma de pronunciación diferente, sino como una invitación a la rebelión, a la unión, en definitiva, como una amenaza.

SanLuis Bertrán prescribe que “se prohíba a los moros el hablar algarabía señalando por castigo que no se pudiesen casar ni los hombres ni las mujeres, hasta que hablasen y entendiesen nuestro vulgar” (Fonseca, 1612: 459, cit. en Perceval, 1997b: 33). La destrucción de bibliotecas y de testimonios de la lengua escrita -libros aljamiados o árabes- está muy documentada: transcripciones coránicas, libros religiosos con hadices del Profeta, sermones, libros de cultura general, científicos o médicos, e incluso libros de profecías, magia o cuentos. “No sólo no aprobaban el estudio de la lengua arábiga, antes eran del parecer que convenía desterrarla del todo de los reinos de España como perniciosísima a toda ella” (Fonseca, 1612: 459, cit. en Perceval, 1997b: 35). Se llegó a dar entidad a la lengua como un objeto peligroso. Y el proceso continuó: algarabía pasa a ser gritos, confusión, en lugar de lengua árabe; todo se les prohíbe, incluido el casamiento, el baile, y cualquier manifestación. Si hablaban castellano y se les notaba, aunque fuese el acento, o si se callaban para que no se notase. Nuevamente, hicieran lo que hiciesen, estaban condenados. Eran “los otros”, como nos los describe Aznar Cardona:

“Eran torpes en sus razones, bestiales en su discurso, bárbaros en su lenguaje, ridículos en su traje,….

“Eran muy amigos de burlerías, cuentos, berlandinas y sobre todo amicissimos (y assi tenian comunmente gaytas, sonajas, adufes) de baylas, danças, solazes, cantarzillos, alvadas, passeos de huertas y de fuentes, y de todos los entretenimientos bestiales en que con descompuesto bullicio y gritería, suelen yr los moros villanos vozinglando por las calles. Vanagloriavanse de baylones, jugadores de pelota y de la estornija, tiradores de bola y del canto, y corredores de toros, y de otros hechos semejantes de gañanes.” (Aznar Cardona, 1612: 35).

2.1.5. Supersticiones.

Los cronistas e historiadores tempranos difundieron la afición de los moriscos a todo tipo de prácticas supersticiosas -seguramente no más abundantes que las de los cristianos viejos, pero sí diferentes-. La hechicería se concretaba en la fabricación y posesión de talismanes y “nóminas de moros o herejes, conteniendo invocaciones a Alá”, que en diversas formas se colgaban del cuello o se escondían en lugares apartados de la casa, con letras o insignias como la “mano de Fátima”, la luna y otras inscripciones. La hechicería estaba relacionada con la magia y a veces con lo demoníaco (Barrios-Aguilera, 2006: 3). Profecías y pronósticos se interpretaban como una tendencia natural del morisco a enlazar con la progenie oriental de su cultura, y por consiguiente como un rasgo más para definirlo como diferente, negativo, los otros.

2.1.6. Aseo.

Entre las más arraigadas costumbres moriscas estaban los baños, que practicaban hombres y mujeres con asiduidad, en instalaciones públicas y privadas, tanto por limpieza como porque eran fundamentales en la purificación ritual que debía de preceder a la oración. Están documentados numerosos casos en que se les procesa por bañarse: el baño se torna peligroso porque se asocia a la ablución islámica. En un día de calor, un jardinero de origen morisco se refresca en un pozo, y su baño le cuesta la delación y el consiguiente proceso inquisitorial (Perceval, 1997b: 4).

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